El regreso de Cucho a escena dio pie a su versión de “Los viejos vinagres”, la carta de presentación de ADN, su inminente nuevo disco. La lectura del clásico de Sumo sirvió para correrse aun más lejos en la cronología decadente: “La marca de la gorra”, “Ya me da igual”, una escueta versión de “Vení, Raquel” y “El murguero” evocaron en Obras un aire de corso veraniego. La presencia de Serrano de nuevo al frente permitió un descanso de la mano de “Un osito de peluche de Taiwán”, siguió con “No me importa el dinero” (con la pista pregrabada de la voz de Julieta Venegas) y culminó con “El pájaro vio el cielo y se voló”.
Transcurridas más de las dos terceras partes del show, la lista se permitió algunas concesiones pensadas para la complacencia del núcleo duro de sus seguidores. Primero, Eduardo “Animal” Tripodi tomó la posta en “El jorobadito”, un tema que Attaque 77 hizo propio en Otras canciones, y ese detalle hizo lógico que el tema siguiente fuera la versión decadente de “Beatle”. Por último, “Skabio”, un 2 tone enérgico fechado en 1989, que no desentonó con los bríos de “El dinero no es todo” y el punk de altiplano de “Gente que no”. Como corolario, “La guitarra”, una canción que a la distancia se perfila como una profecía autocumplida para sus propios autores 26 años más tarde.
Como parte de un ritual ya conocido, “Loco (tu forma de ser)” abrió los bises con un intimismo que no pudo menos que chocar de frente con la algarabía de “Siga el baile”. Y como corolario final, la autocelebratoria “Y la banda sigue”, un festejo biográfico que resume pergaminos y logros (del festipunk al Luna Park, con escala en una bailanta y un bar mitzvah), y ahora está en condiciones de sumar una cucarda más: la de permitirse montar un festejo merecido en contexto pandémico y después más de año y medio de una ausencia que merecía ser revertida.