Más tarde, después de El cantante, sería tanguero en Tinta roja, nebbiero en El palacio de las flores, gitano con Diego el Cigala y clásico con Julio Iglesias.
Y en El cantante Calamaro será iberoamericano. El disco está estructurado como un viaje: empieza acá cerca con los tangos Malena y Volver, del mismo modo que en Tercer mundo de Fito Páez el viaje americano empezaba con una detención policial en una esquina del centro de Buenos Aires. Y después se recorre una geografía variada: más allá de los dos tangos del principio están La distancia de Roberto Carlos, Voy a perder la cabeza por tu amor de los españoles Manuel Alejandro y Ana Magdalena, y otros clásicos argentinos de Gardel-Le Pera y Ramírez-Luna. Todo producido por Javier Limón, que aporta una impronta de flamenco bien amalgamada con el repertorio: no se sabe dónde termina una y empieza el otro. (En Tinta roja, en cambio, el experimento será más consciente y menos abandonado, y esos dos planos estarán chocando y en contraste, como si el malecón de Triana diera al Riachuelo). Así hasta el puerto final del disco, que es la canción que le da el título y con la que Calamaro mostrará una veta caribeña y salsera que hasta ese momento parecía imposible.
(Se trata, creo yo, del primer vislumbre del Andrés americano de hoy en día que gira de acá para allá, de México a Neuquén y de Asunción a Bogotá. Es como si el Calamaro de aquel momento hubiera oído profundamente ese verso que escribiera y cantara Miguel Abuelo: “¿América? ¿Estabas ahí, mi América? Conmigo adentro, América”. Y, también, como si hubiera dejado de lado la alta iluminación que se escucha en Enola Gay, una de las tantas canciones de El salmón: “Creo que si fuera más latinoamericano sería más yanqui”).
El panameño Rubén Blades había escrito la canción para cantarla él mismo, pero se la cedió al puertorriqueño Héctor Lavoe al ver que la estaba pasando mal. El Caribe es un barrio y todo quedaba, aparentemente, en familia. Pero muchos años después un lejano artista rioplatense que también la estaba pasando mal hizo suya la canción. El “si no me quieren en vida / cuando muera no me lloren” con el que terminan la canción y el disco hace eco con «Este es el final de mi carrera», la canción que cerraba El salmón. Aquel era un Andrés crepuscular que por segunda vez consecutiva cerraba un disco despidiéndose.
(En una muy buena entrevista para La 100 con Bebe Sanzo, que puede encontrarse en YouTube, están viendo los discos de Andrés y el entrevistador pregunta: “¿qué puede ser lo que más me sorprenda que tengas acá, que no esperaríamos que tengas vos en tu discoteca?”. Respuesta: “una cosa que te va a llamar la atención es la importante colección de Héctor Lavoe y salsa”. Sanzo: “vi que tenes hasta un cuadro de Héctor Lavoe”. Calamaro: “sí, sí”).
Al año siguiente de sacar El cantante Calamaro volvió, acompañado por la Bersuit Vergarabat, a los escenarios. Primero tocó en Cosquín y después hizo tres funciones en el Luna Park. Recuerdo una de esas noches. Andrés ya había aparecido en el escenario y ya había dicho “Buenas noches, muchas gracias”. Estaban sonando los primeros compases de El cantante y yo lo miraba: Calamaro era un aparecido, un Cristo resucitado, una visita del más allá. Y en el Luna Park todos estaban tan entusiasmados como yo, porque mientras suena la introducción instrumental me es imposible mantenerme en el lugar que había conseguido: la presión de los cuerpos sobre los cuerpos es máxima y es imposible no irme para atrás y para el costado. Tengo varias personas encima de mí y en ese momento Calamaro está por empezar a cantar. Y nosotros con él. Entonces todos decimos “yo”: es la primera palabra de El cantante. Pero Calamaro espera y canta esa misma palabra en síncopa. No es nada, medio segundo quizá, pero en ese revoltijo de humanidad que es el Luna Park alcanzo a pensar: “entró tarde, qué genio”. Ya nos había hecho esperar un montón de años, así que ¿por qué no hacernos esperar medio tiempo más? Ese fue el último instante de la época indoors, y es también el símbolo de toda una época: la de Calamaro ausente y su público cantándolo. El momento quedó registrado en El regreso: en el principio de ese disco se escucha claramente que el público entra antes que él.
Y fue entonces, cantando esa canción llena de otredad, que supimos que el mismísimo Andrés Calamaro había vuelto.
Fuente: Infobae