Fueron siete años de impasse con su banda que se apagaron luego de un video con recortes históricos del cuarteto. Aparecieron, entonces, con “Ciudad mágica” para el estallido de un mar de gente, el piberío biónico y unos cuantos curiosos.
Mientras sonaba “Ella”, Bambi, Diega y Seby mostraban un pulso de recargada vitalidad, ese que los convirtió con justicia en uno de los nombres fundamentales del pop vernáculo post-2000. Pero hay algo que evidencia una encendida de múltiples alarmas, y es la fragilidad de Chano.
Durante todo el set se lo vio animado, aunque rasposo en los pliegues, cargando con furia el micrófono de izquierda a derecha. Había, de a ratos, temblor en su voz. Un equilibrista en una soga que todos observan deshilacharse, casi al punto del corte. Incluso en los momentos más brillosos (“Obsesionario”), Chano exageró la constante búsqueda de épica, del efecto inmediato, moviendo sus brazos en un histrionismo de vértigo absoluto, quizás un intento feroz de auto-mensaje de que hay mejores cosas por venir para él. “La melodía de Dios” fue el cierre a todo vapor de esta muestra sin cargo, con la promesa latente. La historia se encargará de determinar si esto efectivamente fue histórico.